Quebrar para avanzar
Por: Paula Sofía Vargas Sánchez, estudiante de Ciencia Política con opción en periodismo.
Para empezar, no sé si sea correcto para mi hablar de la coyuntura actual sabiendo que lo escribo desde mi escritorio, en mi casa, a puertas cerradas. No creo que sea mi derecho estipular enunciados si no estoy allá afuera velando por los derechos de todos, por las garantías, por el cambio. Solo puedo verlo desde una mirada ajena, con dolor, rabia, impotencia y tristeza, pero nunca con el mismo cuerpo que está siendo agredido, abusado y matado. Ahora bien, la serie de eventos que se están presentando durante estos días dejan mucho que decir de aquellos que desde la comodidad de sus casas se sientan a escribir por las redes sociales lo que piensan, también de aquellos que salen a las calles a marchar por la causa, por el cambio. Así mismo para los que desde el deseoso poder observan de manera abrupta el accionar del pueblo, sin cuestionarse a sí mismos primero. Pero si de algo se está seguro es que los debates que salen a la luz y en las redes no solamente dejan mucho que desear sino que polarizan, radicalizan y en general, dividen.
Para nadie es un secreto que este gobierno actual no ha presentado garantías ya sea del proceso de paz, como a los ciudadanos que por la pandemia han perdido todo y también para aquellos que han sufrido de actos violentos y atroces por parte de la policía y otras instituciones del Estado. Lo cual evidencia no solo una inmensa ruptura del gobierno con los ciudadanos que votaron y ejercieron democracia al elegirlos sino también con lo prometido en campaña. Por eso, estas acciones que han permeado los últimos días se vuelven producto de esa ruptura, del cansancio, de la rabia.
Dentro de las circunstancias actuales que vive el país se han presentado distintos argumentos: aquellos que están totalmente en contra del uso autoritario por parte de la policía, pero que tampoco coinciden con los actos “vandálicos” que se están dando en las calles producto de la rabia; aquellos que consideran como única solución la nueva creación de protocolos y de una “educación universitaria avanzada” a la institución policial, argumento que además de erróneo al basarse en la idea de protocolos normativos -los cuales ya existen pero no se cumplen- tiene una estructura clasista, dado que como es bien conocido en este país la educación superior es un privilegio y tampoco se vela por la educación gratuita y también la postura de aquellos que niegan rotundamente el incentivar y apoyar la “destrucción” de los bienes públicos, como también el riego de más sangre de inocentes en las calles, lo cual se puede interpretar como una incongruencia porque se manifiesta -en su mayoría- a través de personas cómodas en sus casas y a su vez, esta “destrucción” de bienes públicos es producto de la rabia que en si no es la solución de ningún problema estructural, mas bien es la representación de una necesidad de cambio.
Esto que escribo no es para solucionar algo (ya quisiera yo), ni mucho menos para dejar pasar estos argumentos sin cuestionarlos antes, esta columna es para evidenciar que, junto con toda esta coyuntura, algo se está logrando, ya sea abrir el debate público y la conciencia de clase, de raza y de género como acelerar de alguna manera la agenda pública por parte del gobierno. En estos momentos y conforme se van produciendo más manifestaciones se están presentando reformas, se piensa en nuevos proyectos de ley que estipulan y evidencian el sentir de los ciudadanos colombianos. Pero entonces ¿cuándo darán respuestas?, ¿cuándo cambiarán las cosas? Estas son las preguntas que como ciudadanos de este país se han vuelto insignias de nuestro día a día. Y la verdad me gustaría tener al menos unas respuestas, pero lamentablemente entre mas pasa el tiempo, menos veo la claridad del futuro y por lo tanto se vuelve incierto. El sentir de un colombiano se resume en una montaña rusa donde acciones como la creación de centros de cultura en los CAIs animan a conversar acerca de un cambio estructural del sistema policial, pero luego la violencia y autoritarismo de este sistema deslegitimado resume los sentimientos a lo que comenzó y lleva reproduciendo toda esta coyuntura: la rabia.
Pero de algo en lo que puedo estar segura es que precisamente son estas circunstancias, estas violencias por parte del opresor como por parte del oprimido (que nunca serán iguales) las que establecen y abren la conversación, las que mueven algo, las que ponen en marcha pensamientos, discursos, ideologías o conciencia. Entonces yo les pregunto: ¿Hay que quebrar para avanzar, o seguiremos perpetrados por la violencia sistemática a cuestas de un futuro incierto?, ¿Velaremos por la forma pacífica de conversación (que ya varias veces se ha intentado y no ha logrado mayor avance) o, ¿cuándo tengamos la oportunidad de un cambio votaremos que “no” (mientras vemos correr sangre en las ciudades y periferias e imploraciones de un cese? Termino dejando esta pregunta para sus interpretaciones, ¿Se ha vuelto entonces legitima la violencia en pro de una idea de cambio para el avance de políticas públicas?