La Corona de la Falsa Representación

Revista The Lobby
6 min readFeb 23, 2023

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una columna de: Lily Sofía Susa

Era 2007 y aún recuerdo mi yo de cinco años reservando con fervor el televisor de mi casa durante una noche para ver el Miss Universo, el concurso que me emocionaba más que cualquier otro programa. Me reunía con mi mamá y mi abuelita a “calificar” a las participantes y para defender a capa y espada a Miss Colombia con quien, a pesar de no ser de la misma ciudad que yo, “me sentía representada de cierta manera”. Horas antes del certamen, alistaba mi outfit exclusivo y de gala conformado por una pijama tipo vestido de color verde, la cual agarraba con un gancho de ropa por la parte de atrás para que “mi figura resaltara”, unos tacones de fiesta de mi mamá, un cetro y una corona de plástico que mi mamá me había comprado unas semanas antes para lucir como toda una reina.

Durante el certamen, desfilaba para mi mamá mientras ella me corregía la postura y la manera de caminar para que fuese más femenina, segura y para que me viera como una modelo destacada. Llegaba la sección de las preguntas donde, aunque yo no sabía muy bien la respuesta verdadera o conveniente, sabía que muchas participantes perdían su chance de ganar después de eso, por lo que me entrené durante años para responder quizá no lo que pensara, sino lo que la gente quería escuchar, para ganar un concurso al que evidentemente nunca participaría, pues al terminar, mi mamá apagaba el televisor y me recalcaba que, más allá de la “rosca” del Miss Universo, quienes estaban en eso era huecas y no eran más que una cara linda.

Se que no era la única que tenía la misma rutina en época de certámenes de belleza, la Lily de cinco años no era especial por querer lucir como una de las mujeres que veía en televisión, pero, a pesar del paso del tiempo y de una supuesta evolución en los objetivos del concurso, hasta la actualidad aún existen más niñas anhelando una “vida de reina”.

La organización de Miss Universo en la actualidad tiene como objetivo “abogar por un futuro forjado por mujeres con el coraje de empujar los límites de lo posible” y, a pesar de su intención de empoderar especialmente a su audiencia femenina, el certamen se ha encargado de reafirmar estereotipos sociales o culturales durante la elección de su reina. Aunque es posible afirmar que la política ha logrado abrirse más espacio en estos concursos reflejado en la participación de la primera mujer trans, Ángela Ponce en 2018, e incluso, la “aparente” diversidad de las ganadoras, es evidente que a Miss universo le falta bastante camino por recorrer para evitar caer en debates donde los estereotipos, problemas de salud mental, xenofobia, racismo e incluso misoginia lo condenen a una futura abolición, si contamos con suerte.

Ahora bien, más allá de las problemáticas desarrolladas con respecto a las concursantes y ganadoras del Miss Universo, la polémica se ha extendido y ahora abarca la decisión de la elección de la sede anfitriona del certamen cada año, pues, la dinámica que antes correspondía a dejar la sede de la participante ganadora el año anterior ha cambiado y le ha abierto la puerta a la corrupción y a la filtración de intereses políticos. No obstante, la pregunta que realmente interesa es: ¿este fenómeno es nuevo o simplemente es otra herramienta de “pan y circo” para la ciudadanía? Parece entonces que en este concurso no importa si tu país esta sumergido en una profunda crisis económica, social, régimen dictatorial o violaciones masivas a los DD.HH, pues siempre tendrán una candidata que los represente o un chance para ser sede del certamen.

En ese sentido, resulta imposible negar el soft power como consecuencia directa de los países cuando su candidata gana e incluso cuando son elegidos como sedes para el próximo concurso. Precisamente, tener a la reina de Miss Universo añade prestigio al país, ya que se convierte en embajadora no sólo de la organización, sino del país del que proviene, por lo que, sin hacer mayor esfuerzo, la reina de belleza promoverá a su país a nivel turístico, de inversiones y como marca en general. Lo que resulta interesante es que a pesar del “poder de voz” que se obtiene tras representar a una población específica, este solo es utilizado para vivir durante un año de manera cómoda en un apartamento de Manhattan, usar joyas costosas, vestuarios extravagantes y viajar por el mundo para llenar su feed de Instagram con fotos con niños y comunidades vulnerables.

Ahora bien, el cuento de la “representación” y que la candidata elegida tanto para representar a un país como para representar a “las mujeres de todo el mundo”, puede resultar siendo una pérdida de tiempo, para sorpresa de absolutamente nadie. Esto se puede dar debido a la diferencia de orígenes socioeconómicos, étnicos y por esto resulta casi obvio pensar en la imposibilidad de que una mujer japonesa represente a una caribeña, por ejemplo. Además, el esfuerzo constante de las candidatas y posteriores ganadoras del concurso por ser empáticas frente a las diversas y complicadas luchas de las mujeres alrededor del mundo no ha sido suficiente, pues al final, poner cara de tristeza, crear hashtags y hacer discursos con matices de privilegio no cuenta como una acción real para solucionar el problema, lastimosamente.

Para el colmo de colmos o, “la cereza del pastel”, el pasado 14 de enero, al finalizar la edición 71 del Miss Universo, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, anunció que su país sería el anfitrión para el certamen en su próxima versión. No lo hizo de manera sencilla, pues hizo un video digno de una campaña de turismo donde alardeaba de las riquezas de flora, fauna, culturales y sociales del país. Y, como Bukele en lo que lleva nos ha demostrado que puede ser todo menos modesto, afirmó que su país querido, El Salvador, era el país más seguro de Centroamérica. De nuevo, parece que al millenial se le olvidó estudiar las cifras reales, pues, si bien la tasa de homicidios y otros crímenes disminuyó en El Salvador durante el último año, estas siguen siendo unas de las más altas en comparación a otros países centroamericanos.

Ahora, en torno a otros certámenes de belleza y Miss Universo, principalmente, se le ha puesto el foco a que si el problema son las sedes anfitrionas, las candidatas mal elegidas, sus cuerpos “poco tonificados”, mujeres trans participando o casadas que de “Miss” no tienen mucho. Lamentablemente, el problema no son estos factores, el problema son los concursos en sí. En estos, explotan a sus candidatas desde el momento de la “preparación”, obligándolas a dietas precarias, rutinas de ejercicio inadecuadas e incluso momentos incómodos y de humillación frente a cámaras como el caso de Alicia Machado en 1997.

Evidentemente los TCAs no se desarrollan tras ver concursos de belleza y tampoco se asegura que si estos se eliminan, los trastornos desaparecerán, pero si son un factor determinante en esta problemática. Por ahora, tendremos que seguir lidiando con personas opinando sobre los cuerpos de mujeres, su color de piel o su origen social o cultural. Tendremos que lidiar con países ganadores del certamen en lo que existen dictaduras, regímenes autoritarios, violaciones de derechos y pocas garantías para las mujeres.

El Miss Universo NO promueve el turismo o la inversión, pero si la construcción de estereotipos basados en género o nacionalidad que nos ha hecho pensar durante años que, por ejemplo, las Venezolanas están hechas para ser reinas o las filipinas no son lindas pero siempre entran al top 5.

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Somos la revista de estudios globales de la Universidad de los Andes.

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