El silencio no es una opción
Por: Fabián Acuña. Estudiante de Economía y Ciencia Política y miembro del equipo editorial The Lobby.
¿Racismo?¿islamofobia?¿terrorismo? Estas palabras, que vuelven a ser tendencia en Francia tras recibir cuatro atentados terroristas en dos meses, estan avivando el enfrentamiento entre el estado secular y los derechos religiosos. Adicionalmente, la conmoción que está creando esta situación en el mundo francófono como a nivel internacional, pone en tela de juicio los límites de la libertad de expresión y de la identidad basada en la institución social que es la religión.
Charlie Hebdo, conocido periódico por sus caricaturas y su tendencia izquierdista, ha sido nuevamente el blanco del repudio de la comunidad musulmana en Francia y alrededor del mundo. El estilo sátirico del diaro francés ha sido catalogado como discurso de odio por sus retratos, casi siempre, grotescos o controvertidos del profeta Mahoma y de otras figuras con bastante influencia como Recep Tayyip Erdoğan, presidente de Turquía, o Tariq Ramadan, uno de los más reconocidos teólogos musulmanes. Estas acusaciones lo han dejado como blanco fácil para que, con el resurgimiento del fundamentalismo islámico, reciba una gran cantidad de amenazas que, en efecto, sí se han materializado en atentados terroristas que han sacudido el establecimiento periodístico francés.
Ahora bien, esto no es para nada nuevo. La defensa de la libertad de expresión es uno de los cimientos incuestionables del diseño institucional francés. En principio funcionó como un escudo anticlericalista al dominio de la iglesia católica en la política y sociedad, actualmente esta defensa se transformó en la crítica a la diversidad de religiones en Francia, con un énfasis particular al islam actualmente. De las cuestiones que salen, a raíz de un análisis más exhaustivo, es saber desde donde empieza y termina este derecho. El alboroto formado por el mundo musulmán por las críticas hechas a su cosmovisión, mucho más política que religioso hoy en día, es un ejemplo de esas nociones grises de esa libertad garantizada.
No obstante, ¿es acaso la sátira la nueva forma de insultar o es un recurso válido en la actualidad para referirse a la religión? Charlie Hebdo es el más notorio ejemplo para esta columna; sin embargo, la tradición de la sátira como método de crítica social es tan vieja como el islam mismo. Este recurso le da la potestad de concientizar al lector de manera abrupta sobre problemas que a simple vista no parecen tan relevantes. Las críticas hechas por el periódico podrán ser de mal gusto, pero dejan apreciaciones serias sobre el rol de la religión en la radicalización de discursos políticos. El rol estético ya es irrelevante en una cuestión debatida desde hace ya mucho tiempo.
En Francia llevan mucho tiempo con el slogan de “Liberté, egalité, fraternité” (Libertad, igualdad y fraternidad), por consecuencia, era de esperarse un apoyo gubernamental al principio de la “liberté” en términos de expresión. Sarkozy, Hollande y Macron han apoyado, como presidentes, a las publicaciones de las caricaturas. Su apoyo, claramente, generó todo tipo de respuestas en el mundo islámico donde, como ya es común, se muestran videos en redes de turbas enardecidas quemando las banderas de Francia, y de paso, de Estados Unidos y el Reino Unido por descarte. La crítica ya no es válida en un mundo donde la religión no es una corriente de pensamiento sino una identidad propia. Así, ciegos bajo el mismo fanatismo profesado por las ideologías políticas, las personas no cuestionan las realidades en las que están sumergidas. El islam (como el cristianismo, judaísmo, hinduismo) no puede convertirse en un vehículo para justificar la violencia; por lo que, denunciar la manera en que están dejando que se ajuste a una agenda terrorista no es islamofobia.
Tampoco quiero dejar al lector con la impresión de que el islam es la raíz del problema, porque en realidad es ajena a estas cuestiones. El islam es la excusa con la que los inmorales nihilistas, con la contradicción incluida, bombardean edificios, queman escuelas y decapitan civiles. Es por eso que la defensa del estado secular es tan importante, porque no hay muestra más dañina para cualquier religión que sus propios creyentes. El reconocer en un espacio neutro la diversidad de religiones hace parte de los deberes de la democracia actual.
Tampoco esto excusa al estado para que discrimine a los musulmanes. Los sentimientos encontrados por las publicaciones de Charlie Hebdo son solo eso, sentimientos. Detrás de cada una de las personas que se ofendieron con las caricaturas hay historias bastantes contundentes que retratan fenómenos actuales como la migración y la estigmatización. Que la consigna francesa también incluye la “egalité”, una igualdad que no diferencia entre habitantes en Francia y que permite visualizar el compromiso que debe garantizar el gobierno para bajar los humos y tratar como pares a cualquiera. Aquí en esta parte si saco lo humanístico para declarar que nadie, a parte de los fundamentalistas de cualquier denominación, tiene la culpa. Mi crítica solo se puede ver encaminada a la construcción de una sociedad en paz, no de aquella que consolide brechas entre ciudadanos. La imparcialidad no está afianzada en ninguna parte y, por lo tanto, nadie aquí puede atribuirse el rol de veedor del bien y el mal. En este caso, nadie puede asegurar, ciertamente, que el islam es el mal.
Ya cerrando este espacio, corto para lo que todavía se tiene que decir, necesitamos de entender como el anticlericalismo beneficia más a los creyentes que una institución parcializada. Las políticas públicas, si de verdad se quieren hacer para todos, deben ser desligada de la fe fervorosa que emana de las creencias tan arraigadas como la religión y encaminarse al enfoque más pragmático posible. Claro esta, eso no evitará que el terrorismo pare, pero genera instituciones coherentes para luchar contra el islamismo radical y, a la vez, hacer valer los derechos de los fieles racionales. De aquí en adelante, vienen momentos coyunturales importantes para definir nuestra relación con la religión y, de paso, crear una democracia segura e incluyente con todos.
Es por eso que atacar a alguien o algo, como lo es Charlie Hebdo, solo añade leña al fuego. No se está haciendo nada, a favor ni en contra, luchando contra lo que tiene de propósito exaltar los errores más humanos que hay. El trabajo por una relación pacífica en comunidad, en Francia como en cualquier parte del mundo, debe reconocer la existencia de la religión, mas no apropiar a la misma dentro de la definición de identidad. Igual lo que nos deja todo esto es que, en una sociedad como es la de hoy, el silencio no es una opción.