“Beirut — Capital de la Revolución” Crónica de un colapso anunciado

Revista The Lobby
4 min readNov 5, 2021

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Por: Isabella Velásquez, estudiante de ciencia política con opción en economía y filosofía de la Universidad de los Andes

La destrucción del puerto de Beirut no solo significó la pérdida del muelle comercial más grande del país, es también una sentencia inequívoca al frágil sistema político que durante los últimos meses trastabilló por mantenerse a flote. La situación es insostenible. Con la explosión, los problemas económicos ahora apuntan al colapso y la ciudadanía –con mucha razón- no está dispuesta a negociar con las élites políticas después de percibir su negligencia. Así, la necesidad de una reforma estructural es apenas obvia, sin embargo, intuyo que las condiciones adversas aseguran que será un proceso lento y doloroso. Podríamos culpar al colonialismo por sus legados en la ruina que se avecina, pero hemos de reconocer (y exigir), del mismo modo, la responsabilidad por las acciones y la agencia de los líderes en transformar sus instituciones. El cambio de régimen, me atrevo a sugerir, necesitará una rendición de cuentas por el desfalco y la administración perniciosa en la que el país ha estado sumido en las últimas décadas. Por el momento hay bancos ilíquidos, protestas, 250.000 personas sin hogar y varios miles de heridos. Todo en medio de una pandemia. Es muy probable que el Líbano, como lo conocíamos, esté cambiando para siempre.

Los testimonios de la explosión son devastadores. No hay lugar en Beirut que no fuese sacudido por la hecatombe de vidrios quebrantados y escombros volando por doquier. La energía desatada por 2750 toneladas de nitrato de amonio retumbó hasta Chipre. Al parecer el material que explotó fue dejado a su suerte en una bodega por más de media década. Aún hay especulación sobre cómo inició el incendio, pero hay quienes sostienen que Hezbollah usaba el puerto para esconder y/o transportar armamento. Me gustaría pensar que los esfuerzos han de centrarse inicialmente en investigar y adjudicar responsabilidad a quienes dejaron un compuesto inestable, en tales magnitudes, sin supervisión. Sugerir que Hezbollah motivó directamente la explosión me parece un escenario improbable (y con poca evidencia hasta ahora) ¿Para qué atraer más descontento, si desde octubre es claro que los quieren por fuera del gobierno? ¿Por qué destruir la capital en medio de una crisis sanitaria?

En cualquiera de los casos, desde el sábado hay protestas masivas en la Plaza de los Mártires e incluso el ahorcamiento simbólico de todos los altos funcionarios, incluido el mismísimo Secretario de Hezbollah, Hassan Nasrallah. A pesar de las identidades inflexibles que en algún momento separaron la discusión política nacional, las manifestaciones hoy se caracterizan por su pluralidad y por su autonomía. Teniendo en cuenta otras oportunidades de protesta, considero que dichas características son en sí mismas victorias de organización colectiva y de participación civil, pero deberán mantenerse articuladas para servir de algo.

Actualmente, el arreglo institucional establece que la Presidencia pertenece a un maronita, el cargo de Primer Ministro a un sunita y la Presidencia del Parlamento a un chiita. Aunque novedoso frente al paradigma de estado secular establecido en occidente, el pacto para asegurar estabilidad y representación terminó por socavar la estructura de incentivos y favoreció la concentración del poder. Lo anterior, sumado al manejo rentista de la economía, drenó los fondos, los ánimos y la buena voluntad de los libaneses. No sólo se trata de elegir diferentes gobernantes; sin replantear las políticas y dar participación política, nada va a cambiar.

¿Qué sigue? No hay una respuesta clara, pero política y económicamente el rumbo del país es sombrío y confuso.

En términos económicos, a diferencia de algunos pronósticos optimistas que sugieren una curva de recuperación en forma de “U” después de la pandemia, ciertos datos apuntan a que la recuperación económica en el Líbano no será tan rápida como en otros países. La principal razón es que antes de la crisis sanitaria ya existía de forma simultánea una crisis entorno a la deuda pública, una crisis bancaria y una crisis cambiaria. De esta forma, los estragos de la explosión ponen un peso enorme sobre una economía de servicios (75,9% del PIB) que además de haber perdido el turismo y el ocio por cuenta del coronavirus, ahora pierde el puerto que manejaba el 80% de las importaciones nacionales. Las pérdidas de la ciudad se calculan en billones de dólares y con las compañías de seguros atadas al sistema bancario, es muy probable que la crisis financiera se agrave, especialmente con la volatilidad de la tasa de cambio.

En términos políticos, el rechazo generalizado a toda la clase política pide a gritos: 1) la renuncia e investigación masiva de altos miembros del gobierno, 2) fortalecer el Estado de bienestar y 3) reformas integrales al diseño institucional para disolver el régimen sectario. No estoy muy segura de la disponibilidad de recursos y de energía en cuarentena para lograr un cambio de tal magnitud. De hecho, la incertidumbre es una oportunidad excepcional para intereses externos: Macron visitó Beirut, dio donaciones y Francia pondera sanciones a varios funcionarios públicos libaneses. Sin embargo, convertirse en un área de influencia francesa no arreglará los problemas y puede llegar incluso a entorpecer iniciativas domésticas. ¿Más malas noticias? el Líbano es el país con mayor número de refugiados per cápita en el mundo, su estabilidad es clave para sopesar el desplazamiento y la migración de sus vecinos en Siria y Palestina. Incluso Israel quiere aprovechar el rechazo a Hezbollah para fortalecer lazos. La política nacional libanesa es de interés regional.

La experiencia traumática de una pandemia, una crisis económica y una explosión masiva se encargaron de resquebrajar lo que quedaba de un orden establecido en el posconflicto hace treinta años. De no atender las demandas de cambio estructural, el Líbano puede estar orientándose rumbo a la confrontación abierta de nuevo. El país enfrenta retos enormes para retener la inversión extranjera, balancear posiciones religiosas y volver a establecerse como espacio seguro en la región para articular iniciativas multilaterales. Lo único seguro es que ya nada va a ser igual.

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